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Nuestro sentido comun

Prohibido fumar

El cerco se cierra. Cada vez en más países ( y en más ciudades, en el caso de Argentina) está prohibido fumar en lugares públicos cerrados. De nada sirve aquello de tener una “zona de fumadores” y una “zona de no fumadores”. ¿Existió alguna vez? La ciencia nunca pudo demostrar que el humo fuera una entidad inteligente, respetuosa de las normas, ni que fueran inteligentes quienes se mataban lentamente con tabaco.

En Mar del Plata, está prohibido fumar en los salones de clase de la universidad. La norma no es respetada ni por estudiantes ni por profesores. He visto hace tiempo a una profesora que sabia que estaba prohibido, que sabia que se causaba daño y se lo causaba a los demás, y a quien el médico ya le había prohibido el tabaco. No podía dejar de fumar por dos horas. No podía dejar de fumar un cigarrillo tras otro, dejarlo caer al suelo la ceniza y las colillas. Como tantas otras personas, estaba totalmente atrapada por la adición al tabaco.

Otra profesora, en una ocasión, me dio unos pesos para que salga de la clase y vaya a comprarle cigarrillos. En ese momento decidí hacerlo, aunque no simpatizara con la idea, ya que un simple estudiante no es quien manda allí, ni quien pone la nota final. Hace años que dejé la universidad, para salvar mi salud física, mi salud mental y mi alma. Tal vez el espacio disponible fue reemplazado por un fumador.

¿Por qué tenemos este duro enfrentamiento entre fumadores y no fumadores? ¿Por qué es tan problemático aplicar normas que nos beneficiarían a todos? Tal vez estamos olvidando algo importante: a esas personas a quienes se les dice “prohibido fumar”, hace 20 o 30 años se les decía “prohibido no fumar”. Las compañías tabacaleras gastaron millones de dólares en publicidad. Insistieron en convencer a los futuros adictos de que fumar era un placer, y que estaba asociado con la popularidad y el éxito. Los personajes de las publicidades eran apuestos, sanos y fuertes. Quienes fumaban se convertían sin quererlo o sin darse cuenta en publicistas que acababan convenciendo a otros de adquirir el habito.

¿Qué hicieron los gobiernos mientras tanto? Se ocuparon de cobrar los respectivos impuestos al tabaco. Más tarde, obligaron a las diferentes marcas a publicar un anuncio en los paquetes y las publicidades: “fumar puede ser perjudicial para la salud”. De vez en cuando aumentaban los impuestos sobre los cigarrillos, no sé si para desalentar el hábito o simplemente recaudar más, mucho más. Después de años y años de medidas tibias, los gobiernos empezaron a ver que los gastos de salud causados por el tabaco eran mayores que los beneficios por los impuestos recaudados. Para entonces, ya se habían perdido muchas vidas. Yo no sé si de pronto los Estados se han visto preocupados por la salud o por el dinero.

Placer, amigos, popularidad, éxito social...ese tipo de cosas prometían indirectamente las propagandas de cigarrillos. ¿ No es un discurso ya conocido? ¿No es lo mismo que “prometen” para vender drogas, alcohol, cuerpos perfectos, juventud eterna y sexualidad perfecta a todas las edades? Como consecuencia de semejantes campañas, podemos observar las siguientes consecuencias en la sociedad: problemas de autoestima, depresión, ansiedad, fobias, automedicación, adicciones, bulimia y anorexia, y complicaciones causadas por cirugías estéticas innecesarias.

Hay que estar muy atento, porque mientras la sociedad de consumo dice “prohibido fumar”, también puede estar diciendo “prohibido no ser joven”, “prohibido no ser perfecto”, “prohibido no ser flaco”, etc.

¿Por qué no ser un humano, con virtudes y defectos, orgulloso de uno mismo? ¿Por qué no aceptarse uno mismo, flaco, gordo, joven, maduro, etc,?

 

¿Por qué pensar que podemos comprar pastillas de felicidad o de juventud eterna? La juventud es una actitud, consiste en permanecer activo, en no dejar de aprender. Se puede ser joven a cualquier edad. No se puede correr un maratón, pero se puede bailar tango abrazado a la pareja. No se puede tener tanto sexo como antes, pero se lo puede seguir teniendo.

Los imbèciles que sólo contratan jóvenes menores de 25 años ( y les exigen mucha experiencia), no saben que Benjamín Franklin inventó los lentes bifocales cuando tenía 82 años. Ni hablar de los inventos de Edison.

¿A quien se le hubiera ocurrido prohibirle escribir a Borges, a Sàbato, a Bioy Casares o a Saramago? Pues sus mejores obras las escribieron después de los 25 años, cuando recién empezaban a vivir.

Son bienvenidas por mi parte las medidas que permitan eliminar el tabaco de los lugares públicos. Sin embargo, hay otras medidas que considero aún mejores: educar a la gente, niños y adultos, para desarrollar el pensamiento crítico y la autoestima. ¿Para qué? Para que no nos vendan porquerías que no necesitamos, que no nos vendan sustancias toxicas y adictivas, que no nos metan en la cabeza ideas ridículas, y que estemos orgullosos de ser como somos. Nuestros defectos pueden mostrar algo buenos de nosotros, nos muestran, por ejemplo, que somos humanos, y nos enseñan  tolerar los defectos de otros como esperamos que toleren los nuestros. Como ha dicho alguien: “la tolerancia es buena para todos o no es buena para nadie”.

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